lunes, 26 de marzo de 2012

De Etchecopar a Zaffaroni





“Ahí están otra vez. Esconden la nave en algún rincón oscuro del conurbano y salen de nuevo, armados, dispuestos a todo. A matar o morir”.

¿Quién es el pregonero del terror? La maquinaria de la criminología mediática aceita sus engranajes y comienza a rodar; no estamos seguros, dicen, ante un “ellos” cuyos márgenes son cada vez más difusos.

EL REGRESO DE LA MÁQUINA DEL MIEDO: El caso Etchecopar. Los estereotipos a la licuadora. El asalto al conductor radial y televisivo Angel “Baby” Etchecopar predominó en la escena mediática de la semana pasada. Su peculiaridad no radica únicamente en que la víctima es un destacado portavoz de las políticas de mano dura en materia de delitos; el aspecto más relevante lo constituye el hecho de haber encarnado como pocos esa síntesis de estereotipos cuyo objetivo último es instalar una sociedad de control frente a una población inerme.

Así, el tratamiento de la noticia que los diarios Clarín y La Nación efectuaron en relación al tema, se centra en caracterizar a los asaltantes como aquellos potenciales asesinos, delincuentes reincidentes, menores y marginales que habitan en aquellas “escuelas del delito” que son las villas de emergencia. Son “ellos”, un otro diferente y peligroso, que no teme a matar nia perder la vida.

La pieza periodística “Los marcianos atacan de nuevo” (Clarín, domingo 18-03-12) es un claro ejemplo de la construcción estereotipada del “ellos”. La idea de un extraterrestre, “ajeno al cuerpo social”, diferente a nosotros y temible, no lo constituye solamente el que comete el delito, sino que proviene, a decir del teórico del derecho Dr. EugenioRaúl Zaffaroni, “del mundo más amplio de estereotipados que no cometieron ningún delito y que nunca lo han de cometer”. ¿Quiénes pueden formar parte de este universo de diferentes? Desde identidades étnicas, de clase, grupos etarios (los “adolescentes”, los “menores” en general) socioculturales (los “pibes chorros”) potenciales integrantes de una marginalidad vaga que en cualquier momento puede atentar contra el orden establecido.

Para el diario Clarín, los jóvenes que viven en el barrio de los asaltantes de la casa del conductor forman parte de una “bomba social” que no se desactiva: son “los jóvenes de la banquina, sin nada que hacer”, cuyo único destino es “un horizonte de revólver y muerte”. Son el “ellos”, “los pibes que todavía no salieron a robar, pero que pueden empezar esta tarde, mañana o la semana que viene”, porque la criminología mediática opera de ese modo: universalizando al “delincuente”, imponiendo su particular visión del universo social plagado de prejuicios.

Otro de los estereotipos más frecuentes es el de la “reincidencia”: se trata de destacar que el asaltante volvió a cometer un delito gracias a la impunidad promovida por aquellos jueces que le otorgan, pese a sus antecedentes, la libertad. Así, en su edición del 14/03/12, La Nación titula: “En libertad condicional, salía a robar”, mientras explica que “Hasta anoche, ningún integrante del Tribunal Oral de San Martín que le otorgó ese beneficio al sospechoso explicó por qué excarceló al imputado, a pesar de los antecedentes que tenía”.

Por otro lado, la criminología mediática apela a la empatía sólo en el caso de la víctima: utiliza casi únicamente como fuentes a sus familiares y amigos, construye un perfil de “buen ciudadano”, y recurre a citas de autoridad y oficiales para legitimar la autodefensa a cualquier costo: en una nota del 17/03/12 titulada “El intendente de San Isidro defendió la reacción de Baby Etchecopar”, La Nación justificaba el homicidio cometido contra uno de los asaltantes: “Gustavo Posse dijo que el periodista ‘no tuvo opción’ ante la agresión que sufrió su familia en el asalto en su casa”. Clarín cita al Fiscal interviniente en el caso, Dr. Andrés Zárate: “para el fiscal, la acción de ‘Baby’ Etchecopar fue un caso de legítima defensa”.


La realidad presentada como tragedia

Eugenio Raúl Zaffaroni plantea que, en ocasiones, la criminología mediática da con la víctima ideal, capaz de provocar identificación en un amplio sector social, y en tal caso la convierte en vocera de su política criminológica, consagrándola como víctima héroe. La aplicación de este recurso por parte de Clarín y La Nación puede ejemplificarse con exactitud en el tratamiento que dichos medios realizaron sobre la muerte de un peluquero de la conurbanísima Lanús en ocasión de robo.

En la pieza “Lo mataron de un balazo en el corazón para robarle el auto”, publicada el 15/03/12, La Nación apela al testimonio de la madre del peluquero asesinado: “Lo mataron como a un perro de un balazo en el corazón” dijo, conmovida, la madre de la víctima, María Esther. La otra fuente, la esposa, es otra víctima a la que la criminología mediática fagocita en el peor momento de vulnerabilidad, “interrumpiendo brutalmente el camino de elaboración del duelo, o sea de restablecimiento de su equilibrio emocional” (E.R Zaffaroni).

Así, a decir de La Nación, “Consternada, muchísimo más dura fue Romina, la mujer de Ayala que dijo:Me quedo sola con mis hijos por estos delincuentes de mierda que lo asesinaron por un auto de porquería. Estoy podrida de estos pendejos de mierda que tienen 14 años y los largan de vuelta porque son menores de edad. Los tienen que matar a todos”.

Las duras declaraciones de Romina no fueron puestas al azar, ya que en ellas están implícitos temas que son debatidos frecuentemente al interior de la sociedad, como lo son la baja de la edad de la imputabilidad o la pena de muerte, temas controvertidos a los que se pretende dar legitimidad mediante el testimonio directo de una víctima. La empatía generada hacia ella permite que sea políticamente correcto, o al menos comprensible, plantear la pena de muerte.“Por supuesto que estos shows seleccionan algunas víctimas y ocultan otras, procurando sugerir discursos vindicativos y represivos a las seleccionadas” (E.R Zaffaroni).

Al día siguiente, La Nación vuelve a reproducir el estereotipo de menor delincuente en la pieza: “Cuatro detenidos por el crimen de Axel Ayala”, cuya bajada enfatiza “Cuatro personas, dos de ellas menores de edad fueron detenidas”.

Clarín lleva la emotividad y la empatía al extremo al reproducir el testimonio del hijo de siete años de la víctima: “no puedo llorar, mi papá me dijo siempre que tenía que ser un hombre fuerte”. La pieza en que esta declaración aparece, tiene el gráfico título Sueños rotos, y en ella se describe la vida de un laborioso trabajador del conurbano, que a base de esfuerzos había conseguido comprar el auto, al que unos delincuentes impidieron alcanzar su nueva meta de la casa propia (Clarín 15-03-12).

Por su parte La Nación, ese mismo día narraba: “Otra víctima de la inseguridad, otro golpe del delito. La violencia parece no detenerse en el conurbano bonaerense. Ayer fue el turno de un joven de 31 años,-padre de un nene de 7 años- en Lanús, al que para robarle el auto mataron de un tiro en el corazón”. Lo que aquí se destaca era su condición de padre de un niño de siete años, para aumentar la sensación de odio e impotencia, dato que nunca aparece cuando se elimina a un “ellos”: a nadie parece interesarle el niño que se queda sin padre cuando el asaltante es asesinado.


“Nadie escapa a la inseguridad”

Si bien la construcción de la victima predilecta por la criminología mediática corresponde al estereotipo del trabajador de clase media, padre de familia, buen contribuyente, respetuoso de las leyes que debe soportar el acecho constante de un “ellos” peligroso, otras tácticas más sutiles, pero no por ello menos efectivas, refuerzan esa sensación de constante amenaza. Así, los medios hegemónicos instalan en el imaginario social la idea de que hasta aún aquellos que son los responsables de garantizar la seguridad de los ciudadanos, tanto como quienes se constituyen en referentes de la defensa de los derechos humanos y de las garantías constitucionales, sufren las consecuencias de la “escalada del delito”.

En su edición del 17/03/12, el diario La Nación publicó una pieza periodística acerca del secuestro extorsivo de la familia de Juan Zabaleta, “secretario administrativo del Senado y mano derecha de Amado Boudou”. El título “Un secuestro de tres horas que inquietó en el poder” lleva implícita la idea de que el hecho delictivo no escapa al poder político, reforzando la representación de un Estado impotente, incapaz de resolver las problemáticas que la criminología mediática identifica como prioritarias en la sociedad.

Algo similar ocurre en la edición del 14/03/12 del diario Clarín, con la pieza titulada “Brutal asalto a una Madre de Plaza de Mayo en su casa de La Plata”, donde esta vez son aquellos que velan por las garantías constitucionales, incluso las de los “delincuentes”, las víctimas de un “ellos” que hasta parece “ensañarse” hasta con sus supuestos defensores: “Se ensañaron conmigo cuando les dije que era Madre de Plaza de Mayo”, declaraba a Clarín Nora Centeno tras el episodio.

Estos mecanismos a los que recurren los medios hegemónicos tienen como objetivo instalar en el sentido común popular la percepción de un Estado ausente, indiferente al reclamo ciudadano de mayor seguridad en las calles, corrupto institucionalmente e impotente que ejerce un abandono del espacio público al no dotarlo de los recursos tecnológicos y humanos necesarios para hacer efectiva una sociedad de control. Así, para Clarín el estado perdió el poder de disuasión (“Inermes ante el matar por matar”, Clarín, 13-03-12) mientras la justicia brilla por su ineficiencia; así a decir del Dr. Zaffaroni “La consigna de la criminología mediática, según la cual a mayor represión corresponde menor libertad y mayor seguridad, impulsa una política que procura un control que neutralice políticamente a la población excluída o marginada acosta del sacrificio de muchas vidas humanas”.


Zaffaroni vs. Grondona


Pero si alguien cumple un rol estratégico en la construcción de los estereotipos de que hace uso la criminología mediática, es el intelectual orgánico a las clases hegemónicas.Si hay alguien en el universo mediático que encarne a la perfección a este tipo de intelectual es Mariano Grondona, quien constituye una referencia ineludible en la difusión de la parcialidad de los medios hegemónicos.

En su columna de opinión del domingo 18-03-12 en La Nación, titulada “Los jueces los liberan y ellos vuelven a matar”Grondona ofrece una interpretación teórica y política de las causas principales de la proliferación del delito en Argentina, a saber: la propagación de una teoría del derecho que incita a la impunidad: la teoría abolicionista de la pena. No se trata ya del clásico debate entre “garantistas” y quienes exigen “mano dura”, interpretaciones ambas de la teoría liberal. De hecho, Grondona reconoce en nuestra constitución nacional una interpretación garantista del derecho; la amenaza reside ahora en una teoría que se aleja peligrosamente del encuadre liberal de que toda sociedad occidental y moderna dispone. Así el abolicionismo, doctrina que interpreta al victimario del delito como víctima oprimida del sistema, cuyos derechos básicos fueron lesionados por las desigualdades sociales imperantes, se acerca peligrosamente al “anarquismo”.

Esta asociación del abolicionismo con el anarquismo no es antojadiza: su objetivo último es asociarla al “caos” social, al desorden; a la constitución de una democracia restringida, donde los delincuentes son liberados y vuelven a atacar al cuerpo social. Y el mayor difusor de esta teoría es, a decir de Grondona, el mismísimo integrante de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Eugenio Zaffaroni, quien ha sido responsable de formar ideológicamente a un gran número de jueces que, educados en esta doctrina, la ejecutan a la hora de dejar en libertad a los delincuentes, erosionando los pilares básicos del ordenamiento jurídico.

El grito de guerra de la criminología mediática se hace oír en la voz de sus intelectuales del orden conservador: eliminando a la escoria social, las garantías penales son potestad de un “nosotros” restrictivo, que debe ser vigilado para ser salvaguardado; así el espíritu de su proclama puede resumirse en la siguiente frase publicada en La Nación: “Es imperioso, pues, que la policía gane en número y calidad de recursos humanos y técnicos para combatir exitosamente el delito y recupere así la confianza de la ciudadanía, que hoy se encuentra inerme”(A merced de la delincuencia, 18-03-12).

Más poder a la policía, más efectivos patrullando las calles, mejores dispositivos de control tecnológico y rigor en la aplicación de las penas son los reclamos de la prensa hegemónica que confirman la consigna de la criminología mediática, que a decir de Zaffaroni “a mayor represión corresponde menor libertad y mayor seguridad”.




miércoles, 21 de marzo de 2012

EL REGRESO DE LA MÁQUINA DEL MIEDO








El hecho protagonizado por Baby Etchecopar reavivó la psicosis de la inseguridad. La lectura política del caso...

El de la inseguridad es un debate sobre un campo minado: depende del factor sorpresa y de algún estruendo que sacuda la buena conciencia del espíritu público. En ello consiste una buena parte de la dialéctica del asunto. Al respecto, en esta semana nada fue comparable al episodio en la casa del conductor radial Ángel Pedro Etchecopar.

Pero el largo brazo de la violencia urbana también zamarreó a una Madre de Plaza de Mayo y a la familia de un altísimo funcionario parlamentario. Como para dejar en claro que tal flagelo no tiene ideología ni descanso. Apenas 24 horas después de ese inolvidable martes 13, los diarios de mayor tiraje relegaron esos hitos a un segundo plano por una tragedia inmediatamente posterior: el asesinato de un hombre para robar su vehículo. Es curioso que aquella noticia mereciera hasta sus tapas cuando, en las semanas anteriores, incidentes exactamente iguales sólo ocupaban un modesto recuadro en la segunda mitad de la edición. Lo cierto es que, tras unos meses de quietud –con los delitos contra la propiedad opacados por una seguidilla de crímenes íntimos–, la máquina del miedo ha vuelto a funcionar.

La casa del Ángel. Le pudo pasar a cualquier ciudadano. Pero le tocó a Etchecopar, el famoso Baby. Y es precisamente su celebridad, anudada al dramático atraco del cual fue víctima, la que hace de él un símbolo social. La imprecisa masa anónima se pone en su lugar. Y teoriza sobre los beneficios e inconvenientes de desatar en una pequeña habitación un tiroteo entre cinco personas armadas. Una discusión que, en última instancia, podría liquidarse con la siguiente pregunta: ¿sería de su agrado ser asaltado en compañía del señor Etchecopar?

Sin embargo, sobre esta cuestión corre un río de tinta. En un país en el que la mayoría de los homicidios dolosos causados por armas de fuego no ocurre en ocasión de otros delitos, la polémica sobre su tenencia con fines defensivos está al rojo vivo. Una polémica en la que intervienen especialistas, opinadores de televisión y hasta taxistas. Una polémica, en definitiva, política. Tan política como la reaparición del no ingeniero Juan Carlos Blumberg y del ex funcionario menemista Alberto Kohan, cuya rodilla, por cierto, algo sabe del tema.

El choque de opiniones sobre la autoprotección armada no es novedosa. Ya en el remoto invierno de 1990 esta problemática estuvo en boga, cuando el 16 de junio de aquel año el ingeniero Horacio Santos persiguió a dos ladrones de poca monta hasta matarlos a tiros. No era un tiempo signado por una alarmante tasa de delitos; pero sobre la conciencia colectiva ya aleteaba el buitre de la inseguridad. A 22 años de aquellos días, el ministro de Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, esgrimiría su parecer: “En un estado de desesperación, el ciudadano utiliza los recursos que tiene a mano”.

¿Un Estado de desesperación?


En paralelo al asalto a Etchecopar, en la localidad de Ituzaingó sería liberada por sus secuestradores –a cambio de 50 mil dólares– la ex mujer y dos hijos adolescentes del secretario administrativo del Senado nacional, Juan Zabaleta.


En esas mismas horas, la integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora Nora Centeno era golpeada brutalmente por sujetos que habían ingresado a su casa de La Plata, presumiblemente con fines de robo.

En el primer caso, ¿que resortes del azar intervinieron para que una banda de pistoleros transitara por cuatro horas a través del oeste del conurbano, con tres personas en su poder y sin contratiempos?

En el segundo, es notable que, después del ataque, la anciana víctima haya descripto a sus agresores como “gente sin apariencia marginal”. Según su relato, los asaltantes se habrían ofuscado con ella al ser anoticiados sobre su pertenencia a Madres?

¿Un Estado de desesperación?

Recientemente, la vidriosa situación que impera en la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense –que incluyó una golpiza de patovicas a sus empleados– se suma a otras inestabilidades provinciales, tanto en el ámbito penitenciario como policial. De hecho, el estrepitoso derrumbe de las tres pesquisas más mediáticas de la Bonaerense –el cuádruple crimen de La Plata, el asesinato del niño Gastón Bustamante y el caso Candela forman parte de esta situación de zozobra. En tal sentido, esta última pesquisa terminó por convertirse en un manual de estilo: un expediente laboriosamente cincelado con datos ficticios, comediantes de identidad reservada, pruebas plantadas y el arresto de personas inocentes. Todo ello, sin otro propósito que el de mantener en secreto los lazos comerciales de la policía con los narcos y piratas del asfalto de Villa Tesei. A seis meses del hecho, el expediente hace agua por todos los costados. No se demostró la relación entre el supuesto autor intelectual y el ejecutor. El móvil jamás se aclaró. Y ya fueron puestos en libertad la mitad de los sospechosos.

Sí. Un Estado de desesperación.

Desesperación que se extiende como una enorme mancha venenosa sobre el cuerpo social. Pero que disocia su naturaleza de las manifestaciones que provoca.

¿Tiene la violencia urbana el carácter inexorable de las catástrofes meteorológicas?

¿Los piratas del asfalto, por caso, brotan de la nada como hongos o son el eslabón más visible de una cadena formada por uniformados, comerciantes y punteros?

¿Los menores que delinquen no son acaso reclutados por el servicio de calle de algunas seccionales?


¿Las zonas liberadas son un mito suburbano? No importa saberlo. Se exige más presencia policial en la calle, a pesar de que ya es de conocimiento público que en ciertos efectivos de la Fuerza anida el huevo de la serpente.

Primera plana. El miércoles a la madrugada fue asesinado en Lanús el peluquero Alex Ayala, de 31 años, mientras intentaba evitar el robo de su flamante Peugeot 207.

Durante aquella misma semana, hubo tres homicidios de género, uno de ellos cometido luego de que la víctima fuera violada. Ninguno de tales martirios mereció más de un suelto en los medios. Y en las señales televisivas de noticias, ni siquiera fueron tomados en cuenta.

En cambio, la sangrienta muerte de Ayala fue para los diarios Clarín y La Nación la noticia del jueves más importante del mundo. Más importante que la ofensiva represiva contra la oposición siria. Más importante que la quita de conseciones a YPF de yacimientos en Chubut y Santa Cruz. Más importante que la reforma en el Banco Central. Y del histórico pronunciamiento de la Corte sobre el status legal del aborto en casos de violación. Tanto es así, que los dos diarios encararon un protocolo similar, con una fotografía de la madre del difunto con títulos y epígrafes a tono.
Lo cierto es que durante los robos de vehículos se suele cometer más homicidios que en otros delitos contra la propiedad. Tal vez, en ello incidan dos factores por igual desafortunados: la propensión del damnificado a resitirse y la peligrosa inexperiencia de quienes se dedican a esta modalidad. Sin embargo, hacía ya 28 días que no ocurría una muerte en tales circunstancias.
No menos cierto es que los homicidios intrafamiliares o protagonizados por personas conocidas entre sí arañan el 51% en la Ciudad de Buenos Aires y el 63% en el resto del país.

Según un informe de las Organización de las Naciones Unidas, la Argentina posee una de las tasas más bajas de homicios de la región: apenas 5,4 casos por cada 100 mil habitantes. Cuando Brasil tiene 23,1 y la turbulenta Guatemala, el 60,6%.

Sin embargo, nuevamente suenan las alarmas del pánico social.

Sin embargo, nuevamente corre por el imaginario nacional la fiebre de la autoprotección.

Y todos podemos ser Baby Etchecopar.

En tanto, la excarcelación del Topo Moreyra puso la impunidad del caso Candela al desnudo. Pero eso ya no importa.







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