jueves, 28 de marzo de 2013

LOS DERECHOS ORIGINARIOS





Después de postergar su aprobación el año pasado, el Congreso retomó la actividad en torno a la reforma de los Códigos Civil y Comercial. En ese contexto, el Encuentro Nacional de Organizaciones Territoriales de Pueblos Originarios (Enotpo) presentó ayer en el Senado sus propuestas para modificar el proyecto elaborado por la comisión de juristas encabezada por el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti.

La presentación del Enotpo, una de las entidades más representativas de los pueblos originarios, contó con la participación del jurista español Baltasar Garzón, quien respaldó el documento consensuado entre más de 40 organizaciones que representan a 27 pueblos y más de mil comunidades en todo el país. El texto se divide en ocho ejes y propone modificar una veintena de artículos del nuevo Código Civil y Comercial.

“Nuestro primer paso es decir sí a la reforma porque es un código de 140 años hecho a puertas cerradas, pensado desde la discriminación y con un pensamiento individualista, el pensamiento de los que gobernaban: Mitre, Sarmiento y Roca”, explica a Página/12 uno de los integrantes del Enotpo, que trabajará con los legisladores para convencerlos de sus modificaciones.

El edificio anexo de la Cámara Alta contaba ayer con la presencia de múltiples representantes de los pueblos originarios, el director del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, Daniel Fernández, la senadora del peronismo disidente salteño Sonia Escudero y el diputado Leonardo Grosso, del Movimiento Evita. “Han manifestado sus reivindicaciones en un documento suscripto por 40 organizaciones donde establecen la reivindicación sobre la tierra y sus derechos colectivos y su desacuerdo con algunas decisiones judiciales y la queja de la falta de atención de un sector judicial a sus demandas”, aseguró Baltasar Garzón, que fue invitado en su calidad de miembro del Centro Internacional de Promoción de Derechos Humanos de la Unesco.

Los ejes de la presentación del Enotpo son el derecho indígena, el derecho colectivo, el derecho a la preexistencia, el carácter de la personalidad jurídica de los pueblos originarios, el territorio, la posesión y la propiedad comunitaria indígena y por último la consulta y participación.

Los referentes de la entidad hicieron particular énfasis en la necesidad de no considerar a los pueblos como sujetos de derecho privado. “La personería de las comunidades tiene reconocimiento de la Constitución de 1994, la cual le otorga carácter público no estatal, como estructura institucional propia, de carácter político económico, cultural y social”, explica el proyecto del Enotpo. Hasta ahora, la Iglesia Católica es la única institución reconocida como persona jurídica de carácter público no estatal, mientras que el resto son de carácter privado como las mutuales, cooperativas y asociaciones.

Otro punto central es el vinculado con la incorporación de un proceso de consulta libre, previo e informado sobre cuestiones territoriales, basado en el Derecho a la Consulta fijado en la Constitución Nacional, en las disposiciones de Naciones Unidas y el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. El proyecto aclara que el consentimiento libre previo e informado consiste en “la manifestación colectiva de los pueblos originarios a decidir acerca de la utilización, administración y conservación de los bienes y recursos naturales en territorio indígena”. Desde esa óptica, plantean que el territorio sea contemplado en el Código como parte de la vida indígena, abarcando tanto la tierra como el agua y los recursos naturales, en una cosmovisión mucho más amplia que la actual.






viernes, 8 de marzo de 2013

¡¡¡Fuerza Cumpa, Carajo.... (unidad, lucha, batalla y victoria)!!!





“Tango 01. El martes pasado, no bien me avisaron lo de Hugo, decidí viajar de inmediato a Caracas. Florencia me acompaña. No podía esperar, infinita tristeza: nuestro compañero, el amigo de Argentina, había emprendido la partida. Al menos, eso creí. Llama Evo, pregunta cuándo viajo: ¡ya! Le noto la voz muy triste. Llama Pepe, pregunta si vamos juntos. Claro. Viene con su compañera Lucía. ”Llegamos miércoles a la madrugada. Elías Jaua, canciller venezolano, me avisa que a las 11, saldrá el cortejo desde el hospital rumbo a la Academia Militar, a la que piensan arribar a las 16. SU ACADEMIA.

Allí donde cenamos en la Cumbre de países africanos y la Celac. El acto protocolar para presidentes será el viernes. Le aviso que en esta ocasión lo mío no es protocolar y me iré el jueves. ”No vine a despedir a un presidente, sino a un compañero y un amigo. El mejor amigo que tuvo la Argentina cuando todos le soltaron la mano. Le guste a quien le guste. Pepe me dijo en el avión, cuando viajábamos, que no recordaba en la historia un gobernante tan generoso. ”Miércoles al mediodía. Veo a Evo acompañando a Hugo, Nicolás y todo el gobierno en medio de una marea roja y tricolor. ¡Cómo me gustaría estar ahí! No puedo: el calor, la hipotensión crónica y el médico me lo prohíben. ”No aguanto más en el hotel, voy a esperarlo a la Academia. Luego de horas finalmente llega. En la entrada un tumulto indescriptible.

Pido permiso a los soldados y subimos con mi hija a un banco de madera para verlo llegar. Cuánto dolor. Siento que me alcanzan otros momentos. Cuando hacemos con Evo, Pepe y Lucía la primera Guardia de Honor del féretro, no lo miro. Sólo quiero recordarlo vivo. Porque está vivo. ”Lo compruebo definitivamente el jueves por la mañana. Cuando miles y miles comienzan a acercarse a la capilla ardiente. Niños, mujeres, hombres, jóvenes, ancianos, discapacitados, soldados, trabajadores, médicos, docentes, familias.

SU VENEZUELA. Algunos lo lloran, lo saludan, muchos se cuadran, gritan que nunca morirá. Estoy allí, frente a ellos, me saludan con el puño en el corazón o con un beso, me llaman por mi nombre, me extienden su mano. No se necesita más para entenderse, hay un código en común.

”Hombres como Chávez no mueren nunca. Vive y vivirá en cada venezolano y venezolana que dejó de ser invisible y se tornó protagonista. Este hombre les abrió la cabeza. Ya nadie se las podrá cerrar, jamás. ”Antes de partir me acerco y sin mirarlo toco la bandera que está sobre el féretro. Me despido, por ahora. Nicolás Maduro y Cilia, su mujer, me acompañan hasta la puerta de la Academia. Miles y miles de hombres y mujeres que saludan. Otra vez la marea roja y tricolor que grita. ¡Queremos ver a Chávez!, repiten una y otra vez. ¿No les dije? Chávez está Vivo. Para siempre.” (gracias Compañera Cristina por tu relato,los Presidentes de América Latina se parecen a sus pueblos,y por eso sienten y hablan como el pueblo siente y dice: Porque ustedes son nuestros compañeros de militancia por la vida, son lo mejor de nosotros.

Hasta la Victoria,Siempre...





miércoles, 6 de marzo de 2013

CHÁVEZ, PEDAGOGÍA VIVIENTE








Le gustaba jugar con los grandes nombres de la historia. Fue capaz de sacar a Bolívar de su efigie escolar, con calmas rememoraciones administradas por el Estado, para convertirlo en lo que fue su “moderno príncipe”, para él, para millones de venezolanos, y para todos quienes seguimos su trayectoria con simpatía y que recibimos con tristeza su momento agónico. Revivió leyendas, retomó historias perdidas que tenían libretos opacos o profesorales, y expuso de nuevo los nudos del pasado con otros énfasis y otra voz. Golpea ahora con un repentino estrépito saber que no volveremos a escuchar esas frases que tenían remotos énfasis de cuarteles, pero infinitamente entreveradas con el asombro ante un mundo intelectual que brindaba palabras inesperadas, a la vez nunca desprendidas de una alegre rimbombancia con cadencia de bolero. Se lo podía escuchar citando a Gramsci con un candor de estudiante y luego percibir que sin abandonar las napas profundas del habla popular caribeña, dejaba saber que hacía flotar sobre la contemporaneidad venezolana la antigua palabra socialismo.

La vestía nuevamente, le daba una y otra vez aspectos cambiantes que ni resignaban cierto aire evangélico ni el uso de la lengua bañada de un gracioso desafío –admirablemente divertida–, como cuando se refería a los dueños del poder mundial con desenfadados exorcizos. No es fácil decir en este momento, absortos por este brusco manotazo con que los caprichos de la historia nos anotician de nuestra absurda fragilidad, qué lugar le dejamos a la zozobra pública, aunque no ha de ser la del culto resignado, sino el de la pregunta por el carácter que irá adquiriendo su legado. Chávez escribió el capítulo donde su mensaje se presentaba siempre amigo de las grandes celebraciones épicas; tendrá su nombre asociado a ellas. No se privó de abrir el ataúd de Bolívar para buscar explicaciones señeras, pues las que había le aparecían bajo señales que consideraba falsas. Quizás un cristianismo que no había perdido su dramatismo originario podía inspirarle un horizonte escénico donde lo que se escuchaban no eran plegarias pueriles, sino una vibración extraña y contundente, cual era la de las masas populares que cargaban, en otros idiomas y con otros conjuros, solicitaciones políticas que grandes líderes de las izquierdas mundiales habían ya pronunciado. Sin habérselo propuesto, o a lo menos, nunca lo dijo así, encarnó con su idioma no militarista, aunque sí de una juvenilia militar, la reconciliación de Bolívar con Marx.

Un ocurrente collage presidía sus discursos extensos, y él mismo era el fruto de una pedagogía donde reinaban, como en los mitos vivientes de la política, la inagotable recomposición de piezas arcaicas, memorias independentistas del siglo XIX e insondables desafíos de este siglo que exigía descifrar con inteligencia suprema un nuevo rompecabezas. Chávez pudo ser desdeñado por quienes pensaban que la política son trazados conservadores, primero, y una división de trabajo entre economistas y políticos timoratos, después. Ni aceptó ver la historia bajo su luz conservadora –al contrario, la vio como fuente permanente de inquietudes– ni aceptó ninguna división conceptual entre economía y política. A su manera, mientras citaba a figuras de la cultura popular venezolana como el cantante Alí Primera, escribió las líneas latinoamericanas primerizas de una nueva crítica de la economía política. No fue jeque petrolero, coronel fragotista o conspirador profesional. Pensó el petróleo con frases de Oscar Varsasky, el profesor argentino que innovó en el pensamiento tecnológico y Chávez escuchó como aprendiz avanzado, y pensó las frases sobre la cuestión intelectual que había escuchado en las clases que había tomado sobre la obra gramsciana, casi como un ingeniero de petróleo.

Ni nos será alcanzable la posibilidad de ignorar esta ausencia que duele, ni nos será inapropiado mantener una serena preocupación que también nos inspire para mantener esta vibración promesante que exige la prosecución de los procesos democráticos que escapan de las rutinas preestablecidas, no para vulnerar instituciones, sino para renovarlas bajo nuevas sensibilidades colectivas. Chávez fue un demócrata cabal. De ahí su condición polémica. Como se lo veía siempre ante un abismo, y no poco contribuía a ello su constante desafío a los poderes mundiales, sostenido en su amotinada ínfula oratoria –esta sí, verdaderamente heredada de las menciones del propio Bolívar sobre su ensueño al subir al Chimborazo–, fue blanco persistente de una cosmovisión política fatigada o caduca, que lo veía peligroso, fuera de cuajo. Chávez gozaba con su interesante intuición teatral, en esos momentos en que aparecía envuelto en polémicas y altercados, que enfrentaba como un dotado comediante de plaza pública. No autócrata. No tapando los poros de la sociedad. No envolviéndolo todo con su nombre. Al contrario, su nombre era un gran juego panteítico. Se cansó de dar, tomar, devolver e invocar nombres ajenos. Tomó muchos de la Argentina. Los libros que citaba, incesantes citas, por cierto, los convertía en “libros vivientes”, como decía también su reverenciado Gramsci, el encarcelado italiano que había escrito unas pocas líneas sobre Argentina y ninguna sobre Venezuela.

Chávez ha muerto. Interpeló a muchos poco, a otros nada y a muchos mucho. La política es muchas cosas, pero también una interpelación silenciosa sobre la muerte. Quizá no se notaba en su estilo proclamativo, en su activismo, que no se permitía menos que altisonancias fundadas en floridos fraseos. Pero si algunos pudieron disgustarse o hasta manifestar con sigilos ominosos alguna alegría por su enfermedad, harían bien en reparar en que actuó como un gran personaje trágico. Indicó a su sucesor con una dying voice, la voz moribunda de los grandes momentos funestos de la literatura. Ahora esperamos que su legado, como todo gran legado, sepa que en el combate hay porciones rituales necesarias, pero siempre abriéndose a los temas renovados, a la severa vida que sigue, y que reclama fidelidades no de rutina sino abiertas a lo que aun no conocemos, abiertas también al “o inventamos o erramos” de Simón Rodríguez, otro de los maestros errantes que inspiraron su latinoamericanismo de pedagogo popular.





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